viernes, 28 de mayo de 2010

habló el amigo Bernardo Salduna


EN MEMORIA DE ENRIQUE PEREIRA
El tiempo pasa rápido y cuando nos queremos acordar ya ha trascurrido un año desde la dolorosa partida de nuestro amigo Enrique.
Y, como amigo, me han pedido que diga unas palabras. E, intentando cumplir, voy a destacar tres aspectos de la personalidad de Enrique:
Primero quiero contar como trabé amistad con él: fue allá a fines del año 70 , en el marco de un viaje inolvidable que, junto a Rodolfo Parente, recien recibido de abogado, hicimos a Chile los tres, con motivo de la asunción del presidente Salvador Allende. Se abría en el país hermano una experimento inédito: un proceso de cambios económicos y sociales en sentido progresista. Y en un marco de pacífica transición respetando plenamente los derechos humanos y las reglas de la democracia pluralista. Un proceso que pareció frustrarse, pero que, en definitiva sembró la semilla de un cambio profundo en Latinoamérica del cual hoy comenzamos a ver los resultados.
Fue para nosotrros una experiencia interesantísima y profundamente enriquecedora.
Pero, más que nada, y desde el punto de vista humano, porque me permitió conocer a una persona como Enrique. Sin exagerar podemos decir que resultó un compañero de viaje excepcional . De buen carácter, dueño de un gracejo formidable, y una capacidad para relacionarse con las gentes más diversas, de las que podía conversar de los temas más variados. Creo que muy pocas veces lo pasé tan bien y tan divertido en un viaje. Los cientos de anécdotas, las cosas que nos pasaron, nuestras charlas, el conocimiento de grandes personalidades, etc. han quedado en la historia y nos darían para escribir un libro.
A partir de allí nació una mutua simpatía y larga amistad, alimentada a través de un intercambio epistolar, a veces nutrido, otras , como le gustaba decir"a media correspondencia". La relación amistosa nunca se enfrió a pesar de vivir en distintas ciudades –yo en Concordia, él en Paraná- ni en las diferencias de enfoques políticos que a veces teníamos.
Debo decir de él que desde un primer momento me impresionó su inteligencia clara y su vasta cultura. Formada no metódica ni planificadamente, sino un poco a los ponchazos, como autodidacta. Era una lástima, y así se lo hacíamos saber sus amigos, que no hubiera continuado sus estudios universitarios. Es que era un espíritu libre y le costaba adaptarse a la disciplina rígida del estudio sistemático.
Como leí alguna vez referida a un gran escritor argentino –no voy a nombrarlo porque a Enrique no le gustaba por su posición política- (1) decían de este hombre que, en su juventud había sido "mal estudiante a fuerza de ser muy estudioso". Algo parecido podíamos decir de Enrique. Era enorme todo lo que leía, lo que había aprendido. En materia de historia, en especial de la historia de España, la patria de sus padres, era un erudito. Y ni hablar si el tema era la Guerra Civil de España, y los recuerdos de su querida República Española. Creo que ni siquiera en España encontré alguien que conociera tanto sobre el tema como él.
Otro aspecto era la fuerza y convicción que ponía en defender sus principios y sus ideas. A veces caía, a mi juicio, un poco en el defecto de idealizar demasiado aquellos hombres o ideas que simbolizaban aquello que defendía . Y, por contraste, en demonizar lo que estuviera enfrente. Esto hacía que discutiéramos, a veces con fuerza, argumentando nosotros que las cosas no son tan drásticas, que todo no es blanco o negro, que existe una vasta gama de grises. Que la vida a veces nos obliga a ser tolerante con las debilidades humanas. Pero ocurría que él no subordinaba su opinión o sus principios a una conveniencia circunstancial, ni mucho menos, personal. No especulaba con esto y, aunque en definitiva, se sometiera disciplinadamente, lo hacía sin ocultar su diferencia, y marcar a fuego las conductas que, a su criterio se apartaran del ideal. (2)
Sobre todo en los últimos tiempos, Enrique se había transformado en algo así como la "conciencia" del partido en que militaba, lo que probablemente molestara a más de uno. Por este motivo quizá es que la sociedad y el partido al que perteneció y sirvió con desinterés, se privó de aprovechar al máximo su talento, capacidad e inteligencia. Y él mismo no llegó a ocupar los espacios a los que tenía sobrados derechos. Por eso, por lealtad a las cosas en que creía sus últimos esfuerzos estaban destinados a rescatar del olvido a personas y personajes de la vida política entrarriana. Tarea valiosa, por cierto, en momentos en que la actividad política parece tan devaluada y la juventud ya no busca modelos en el ámbito de una actividad, en esencia tan noble y que en definitiva parece o se presenta hoy como tan sucia.
Tal vez su intención era precisamente mostrarle a las nuevas generaciones que no era así y que, por el contrario en nuestra propia historia lugareña podíamos econtrar ejemplos de figuras dignas de destacar por su austeridad, esfuerzo o espíritu de lucha y sacrificio por un ideal.
En esa tarea estaba, recopilando información, pidiendo datos y referencias a sus amigos y correligionarios de toda la Provincia. Que no siempre entendían y muchas le respondían con la indiferencia o el desinterés.
Leí por ahí que hay dos tipos de hombres (y mujeres): algunos se esfuerzan por tratar de ocupar el primer plano de la escena. Ubicarse en el punto más alto. Aunque allí lo único que muestran es su mediocridad.
Otros por el contrario, por modestia y sencillez , por su exigencia al momento de autovalorarse, quizá por subestimar sus propias capacidades, permanecen en un segundo plano , moviéndose en un escenario más limitado. Incluso brindando, con desinterés y generosidad sus conocimientos y capacidad en una multiplicidad de temas, para que otros se lucieran. (3) Y sus méritos y condiciones no llegan a los grandes ámbitos y quedan relativamente restringidos al limitado espacio de los más cercanos.
¿dudaremos en cual de las dos categorías debemos ubicar a Enrique?
Finalmente, hay un aspecto de su personalidad que no puedo ni quiero omitir: confieso que hasta hoy todas las mañanas cuando abro mi correo de e-mail, estoy esperando ,subconcientemente encontrarme, con los mensajes con que Enrique me bombardeaba cotidianamente. Y no puedo dejar de extrañar su ausencia.
Allí venía de todo: desde artículos y comentarios de actualidad, del país, la provincia o el mundo, opiniones diversas sobre los temas más disímiles. Y , sobre todo, las notas de humor. De ese humor chispeante, a véces un poco ácido, de la combinación ingeniosa de palabras, de los escritos desopilantes y hasta de la poesía inédita. Cosas que Enrique pretendía hacer pasar como escrita por algún ignorado autor y que él sólo-asi decía- se limitaba a reproducir y divulgar.
A veces, por falta de tiempo o ganas, yo dejaba mucho de sus mensajes sin abrir. Lo hago ahora, poco a poco, como si cada vez que abro un mensaje es como si fuera descubriendo una nueva faceta del espíritu de mi amigo. Algunas cosas me traen recuerdos y me provocan una suerte de melancólica tristeza. Pero hay otras en que no puedo evitar la sonrisa y hasta reírme con ganas.
Y no creo que eso sea una irreverencia a su memoria. Por el contrario, viene a cuento aquí recordar una frase de un poeta militante, muerto en las cárceles del nazismo: "por la alegría he vivido. Que la tristeza no sea unida jamás a mi nombre". Eso debemos hacer. Pese al dolor que nos causa la ausencia de Enrique, recordarlo con alegría, como él tal vez hubiera querido.

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