jueves, 6 de mayo de 2010

Así era Enrique Pereira

Enrique Pereira era conocido en su ciudad de Paraná, por ser una persona de un sentido del humor que no le abandonaba y que, con finas ironías y constantes juegos de palabras, divertía a todo aquel que entablaba conversación con él.

Al fallecer era parte de la historia de la ciudad, ya que se involucró en innumerables entidades de bien público, cooperadoras, asociaciones de amigos, comisión de su querida Biblioteca Popular, comisión de nomenclatura de calles, y un largísimo etcétera.

Enrique no ocupó altos cargos políticos, más allá de un par de casos concretos en sus más de 50 años de trayectoria en la UCR (si bien los ocupó en mayor medida dentro de la política partidaria, y su gran orgullo fue ser el primer Rector de la U.C.R. de E.R.).

Lo que lo hacia especial en la vida cívica de su medio, e incluso mas allá del mismo, era su historia, su enamoramiento de los ideales primigenios de la UCR, y el profundo sentido de pertenencia a ésta, de manera orgánica. Era sin dudas un arquetipo del hombre de partido y más específicamente, una expresión definida del tipo humano identificado con la “causa radical”.
Esa pasión no emanaba de la ambición o de buscar el propio beneficio, sino que era una parte muy profunda de su personalidad, incluso en ocasiones tomaba tintes de devoción. Quizás, y a la luz del breve tiempo transcurrido, se pueda decir que era una devoción que se había tornado amarga. Las figuras señeras en las que creía ya no estaban, y los nombres y las historias que para él tanto habían significado y significaban, las veía convertirse en piezas de museo, acartonándose y perdiendo su sentido. El Partido y la Argentina de la que se enamoró de alguna manera ya no estaban, habían cambiado, y permítase el giro, de manera radical.

Pero evidentemente no lo creía todo perdido, pues se afanó en finalizar el trabajo que había comenzado casi 30 años atrás, la unión de sus dos pasiones, la UCR y la Historia.
En el estudio histórico sobre este tema, Enrique Pereira nos muestra la profundidad de su visión, uniendo lo práctico con lo ideológico. Lo pinta cabalmente el hecho que la intención de este diccionario sea la de iluminar la figura y la trayectoria de figuras que en su mayoría eran “radicales de a pie” como el los denomina, y como seguramente se denominaba a si mismo.
Por el contrario a los gigantes de la historia radical, a quienes tanto admiraba, les dedica un relativamente modesto espacio.
¿No lo define esta elección? ¿Acaso no se ve con claridad, que para el tanto la historia como la política no la hacían ni la hacen los “grandes hombres” sino aquellos miles de nombres? (como él lo dijera tácitamente en el titulo de otro de sus libros “Mil nombres del Radicalismo Entrerriano).
Veía las cosas de una manera muy contundente, creyendo firmemente en lo que se denomina “juicio de la historia”, en este sentido a pesar de ser una labor de rigurosidad científica en lo inherente al enorme trabajo de campo e investigación artesanal, no deja por ello de expresar sus opiniones y comentar como narrador activo de la historia, cosa que realmente fue. Recuérdese a título anecdótico que aun en plena dictadura puso su casa y su hogar para recibir al futuro presidente Raúl Alfonsín, en momentos en que esto era una actividad peligrosa.
Para él la historia y la UCR no estaban divididas entre grandes y pequeños, hombres o radicales, sino entre aquellos que se doblan y aquellos que no.
Por Santiago Pereira Buscema